TIME LOST:

LA DICTADURA HIPÓCRITA DEL SILENCIO Y LA MUERTE DE ROCK EN IBIZA

Uno de mis rituales preferidos cada vez que regresaba a mi León natal tras la temporada de verano, consistía en reunirme con mis colegas indies en un bareto del Humedo para contarles los conciertos a los que había ido en Ibiza. Su incredulidad inicial al relacionar Ibiza con música electrónica, se transformaba en envidia cuando veían los nombres de las bandas en la parte trasera de la camiseta que vestía orgulloso. Desafortunadamente este será el último año que podré tirarme el rollo con mis colegas rockeros, ya que Ibiza Rocks no volverá a programar conciertos. Ante esta desafortunada noticia, bajé la cabeza y me dirigí al armario de mi habitación. No me costó encontrar mis viejas camisetas del Ibiza Rocks, las coloqué sobre la cama y dejé que los recuerdos, todos ellos felices, se apelotonaran en mi cabeza.

Cuando llegué a Ibiza a principios de siglo, en mi estuche de CDS la electrónica era una minoría maltratada por la tiranía del rock, mi adicción por la música se saciaba con sonidos de bandas que habían marcado mi adolescencia grunge. Cada vez que se programaba en la isla una actuación alejada del Clubbing se convertía para mí en una cita ineludible. Por eso cuando me enteré que había una fiesta que se llamaba Ibiza Rocks, tiré de agenda de contactos para convertirme en un incondicional. Alcohol y esencia de Marruecos amenizaron los prolegómenos de mi primer contacto con Ibiza Rocks, en una puerta lateral del Privilege charlaba despreocupado mientras que en mi imaginación se elaboraba un fantasía lo que quería encontrar. Y mis expectativas se cumplieron. Porque a diferencia de la mayoría que visita Ibiza, yo no quería encontrarme una sala abarrotada donde el oxigeno escaseara, no quería empujones ni bailes acompasados. Deseaba exactamente lo que encontré, una sala pequeña, oscura, con cuatro gatos y una banda dándolo todo desde el escenario. Anhelaba experimentar lo mismo que sucedía en una de las primeras escenas de la película “24 hours party people”, donde un pequeñísimo grupo de afortunados asistían sin saberlo al concierto de unos desconocidos Sex Pistols. Por eso me situé frente a la banda y comencé a bailar como Tony Wilson y el genio Martin Hannet, esperando contaminarme de la electricidad sin filtro que solo el rock and roll puede proporcionar.

Ibiza Rocks supuso para mí un bote salvavidas durante los años siguientes. Centrado en mi trabajo como instrumento del Clubbing, los conciertos se convirtieron en un oasis donde poder desprenderme de la saturación electrónica. No importaba dónde se hiciera, ya fuera en Privilege, en el Hipódromo de San Rafael (inolvidable el concierto de The Wombats) o en el Bar M, el espíritu underground sobrevolaba cualquier localización en la que se ubicara la fiesta. Aquellos años me proporcionaron momentos impagables. Como poder disfrutar de Artic Monkeys en el pequeño Bar M para una audiencia mínima, contemplando a la banda en plena ebullición, en la cresta de la ola, con flequillo y sin maquillaje para disimular sus espinillas. La velada pasó de ser inolvidable a irrepetible, dos tíos a mi derecha se encontraba ni más ni menos que Noel Gallaguer. Mi emoción no era consecuencia de una actitud grupie, Oasis no son santo de mi devoción, más bien se debía a que pude ser testigo, casi face to face, de cómo a una estrella del rock le brillaban los ojos al ver la energía de unos cachorros furiosos que le iban a arrebatar su trono.

Aquellos que les gusta indagar en los momentos históricos de la isla, seguramente no me desmentirán si afirmo que Ibiza Rocks fue la causa de una de las transformaciones más importantes que ha sufrido la isla. En 2008 abrió el Ibiza Rocks Hotel y ese proyecto de Fiesta Open Air + Hotel no solo se demostró que era viable económicamente, en una época de restricciones horarias, también lo era legalmente. Inconscientemente Ibiza Rocks fue el precursor de un concepto que ha transformado la isla y que por desgracia, puede que haya sido el causante de su adiós. Así que si alguna vez alguien os comenta que el éxito de los Hoteles Club nació en las oficinas de marketing de algún gigante hostelero, no os lo traguéis. Andy McKay y su equipo cambiaron la isla.

Lo vivido en ese hotel da para un libro, poder vivir en primera persona tantos conciertos, inolvidables fue un lujo al alcance de muy pocos, menos si tenemos en cuenta el tamaño de la isla. LCD Sound System, Franz Ferdinad, MGMT, Florence and The Machine, Biffy Clyro, Gossip, Wolf Alice, Kasabian, Primal Scream, New Order, The Libertines, Bloc Party, y una lista interminable de artistas que convertían a Ibiza, si sumabas su oferta electrónica, en uno de los puntos del planeta con mejor programación musical…, sin duda equiparable a la de las principales capitales.

Pero si me preguntáis con cuál del casi centenar de conciertos a los que asistí me quedo, creo que no voy a ser muy original. Todos los que estuvieron el 20 de julio de 2010 en la actuación de The Prodigy no podrán olvidar aquel momento, dónde se violaron todas las leyes de la física haciendo levitar al par de miles de personas que allí se encontraban. Desde que leí la programación de Ibiza Rocks aquel verano de 2010, marqué esa fecha en el calendario con un gran círculo rojo y todos mis esfuerzos desde entonces se centraron en conseguir que aquel concierto resultara memorable. Nada podía salir mal, allí nos presentamos sobreexcitados mis amigos Gabriel (diseñador de Amnesia Ibiza) y su novia Meritxell, y Susi, mi fiel y dulce compañera de conciertos. El Hotel estaba que no entraba un alma, turistas británicos en su mayoría pero también era más que visible la presencia de trabajadores de temporada y de ibicencos de pura cepa. Tuvimos el privilegio de subir a la primera planta, queríamos regalarnos un poco de libertad de movimiento y la posibilidad de poder ver la banda cara a cara, permitir a nuestros ojos regocijarse con una visión panorámica del evento, para que éste se incrustara en nuestra memoria más fácilmente. Años más tarde también asistí a la actuación de The Prodigy en Ushuaïa y os puedo asegurar que no fue lo mismo, ni de lejos. El Hotel Ibiza Rocks es una caja de zapatos donde la energía se condensa, no tiene vía de escape, no puedes escapar o esquivarla, simplemente te traspasa por las bravas. Pero en el concierto de The Prodigy ocurrió algo diferente, en medio del éxtasis de una audiencia incapaz de dejar de saltar, el tiempo implosionó. Cuando me preguntan por aquel concierto siempre digo lo mismo, era como estar en medio de una batalla naval entre dos barcos corsarios, más de dos horas de cañonazos ininterrumpidos, una orgía de explosiones que alimentaba sin freno el volcán que todos llevamos dentro.

Hoy en día en Ibiza vivimos la dictadura del silencio, y como todas las dictaduras ésta también es injusta e hipócrita. Injusta porque en nombre del respeto a la salud acústica de la ciudadanía se adoptan medidas que chocan con otros derechos. Como el derecho a la cultura en todas sus expresiones incluyendo la música. Injusta porque se priva a Ibiza y a los ibicencos (todos los residentes entran GRATIS) de un espacio donde disfrutar de artistas que por una visión romántica de la isla aceptan a bajar su caché y actuar frente a un número reducido de personas. Pero pudiendo aceptar la injusticia como algo inevitable, lo que más duele observar es la hipocresía de la dictadura del silencio. Hipocresía porque la política ha tomado el camino fácil, atacar a la excepción, estrangular al concepto más frágil para que no le quede más remedio que tirar la toalla. Y eso exactamente es lo que ha pasado con Ibiza Rocks, al que le han exigido unos requisitos tan cainitas que ha dicho….hasta luego Lucas!

A todos aquellos que viven en la opulencia gracias a la explosión de la isla, a todos aquellos políticos que sacan pecho exhibiendo el crecimiento de Ibiza, simplemente me gustaría recordarles una cosa. El auge de Ibiza, el milagro económico de Ibiza, la fama de Ibiza, la repercusión que tiene Ibiza en el mundo, ha sido posible únicamente gracias al ruido. Ni las playas, ni el agua cristalina, ni la belleza de sus bosques, ni su puesta de sol…, el ruido en forma de música ha sido el cebo que ha atraído a miles de personas a un pequeño pedazo de tierra en medio del Mediterráneo.

Jonatan Gutierrez