3 ARQUITECTOS VALENCIANOS LLEVAN LA TRADICIÓN FALLERA AL CORAZÓN DE BURNING MAN.
El Burning Man es mucho más que un festival: es una experiencia de comunidad y arte que cada verano transforma el desierto de Black Rock, en Nevada (EE. UU.), en una ciudad efímera. El festival empezó el pasado 24 de agosto y durante esta semana, miles de personas conviven en este espacio semicircular levantado desde cero y que, tras la clausura, desaparece sin dejar rastro.
El encuentro, que se está celebrando ahora, culmina con la quema simbólica de la gran escultura de madera la noche del sábado. La noche posterior a la gran celebración llega el momento más íntimo del festival: la quema del templo. A diferencia de otras estructuras, este espacio se concibe como un santuario laico, sin vínculo con ninguna religión concreta, donde los participantes depositan recuerdos, mensajes u objetos personales.
El arquitecto valenciano Miguel Arraiz ha hecho historia al convertirse en el primer español en diseñar el templo central de Burning Man, con un proyecto que une arte, memoria y transformación. Detrás del proyecto se encuentra un equipo de arquitectos formados en la Universitat Politècnica de València: Miguel Arraiz, que lidera la iniciativa y lleva una década como representante regional de Burning Man en España; junto a él, Javier Bono Cremades, Javier Molinero y el estudio Arqueha. Su propuesta resultó ganadora del concurso internacional que el festival organiza cada año para elegir al creador del templo.
La estructura, de 14 metros de altura y 30 de diámetro, recibe el nombre de Temple of the Deep (“Templo de lo profundo”). El concepto rompe con la tradición de ediciones anteriores: con aspecto de roca facetada, invita a mirar hacia el interior en vez de al cielo en busca de trascendencia. “Se trata de un viaje hacia uno mismo, hacia lo íntimo, no hacia una salvación exterior”, explica Bono. Otra diferencia respecto a templos pasados es la ausencia de altar.
Se inspira en el kintsugi, el arte japonés de reparar con oro las fracturas. En el diseño del templo, las grietas que recorren su fachada no se cubrirán con dorados ni ornamentos, sino que permanecerán visibles. Durante la noche, esas hendiduras dejarán escapar la luz del interior hacia el exterior, generando un efecto visual aún más intenso.
Para su autor, la decisión encierra un mensaje claro: “Las experiencias dolorosas nos marcan, pero incluso en esas fracturas puede encontrarse belleza”, subraya el arquitecto.
El templo cuenta en su interior con siete capillas y un espacio central iluminado por un óculo, donde el artista fallero Manolo García ha creado un vórtice en espiral con la técnica de la vareta. El proyecto se inició en octubre y fue presentado en diciembre. “El templo no trata de la DANA, pero sí de cómo procesar el dolor y la pérdida”, explica el arquitecto Javier Bono, que compaginaba el diseño con las tareas de limpieza tras la tormenta en Paiporta.
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