EL WARM UP VUELVE A RECLAMAR SU LUGAR EN LA CULTURA DEL CLUB.
Durante décadas, el warm-up fue una de las fases más importantes de la noche. No solo abría la pista: construía el clima, educaba el oído y marcaba el recorrido emocional de lo que estaba por venir. Era el espacio donde la música tenía tiempo para desarrollarse y donde la pista empezaba a entenderse como un colectivo.
Con el paso de los años, ese momento fue perdiendo protagonismo. La aceleración de los horarios, la obsesión por el impacto inmediato y la centralidad absoluta del peak time relegaron el warm-up a un simple trámite previo. En muchos clubes, abrir una noche dejó de ser un ejercicio de criterio para convertirse en una formalidad sin identidad propia.
Sin embargo, en los últimos años, algo empieza a moverse de nuevo. Cada vez más artistas, promotores y clubes están recuperando la importancia de ese primer tramo de la sesión. No como una tendencia nostálgica, sino como una necesidad musical y cultural. El warm-up vuelve a entenderse como una parte activa del relato de la noche, donde se construye tensión, se prepara la pista y se da sentido al clímax posterior.
Este cambio también responde a una audiencia que empieza a valorar de nuevo los procesos largos, los viajes musicales y las narrativas completas. Una escena que, poco a poco, vuelve a reconocer que una noche no se define solo por su momento más alto, sino por todo lo que ocurre antes para que ese momento exista.
Más que un regreso al pasado, el renacer del warm-up funciona como un recordatorio: las noches no siempre empezaron en el clímax. Y quizá por eso, cuando llegaba, se sentía diferente.
Este proceso, y el lugar que el warm-up vuelve a ocupar en la noche, lo exploramos en nuestro último vídeo.


