TIME LOST:

ES CANARET AGOSTO 2018, LA ESENCIA DEL NORTE EN PELIGRO

“En agosto no te muevas del norte”, esa era la frase que me repetían mis caseros de Can Bassa Rotja cada verano. Más que de una advertencia de payeses resentidos con la Ibiza más turística se trataba de un consejo racional, basado en los años de experiencia y de observación, ya que aquella familia de ibicencs de pura cepa habían sido testigos de la transformación de cada rincón de la isla y de la imparable llegada de turistas atraídos por el “sueño de Ibiza” marca registrada. Porque aunque no os lo creáis, en la primera década del siglo XXI los agostos también eran caóticos, masivos, llenos de atascos, de gente por todas partes, de calas abarrotadas…, eso sí, al menos los palos selfie aún no se habían inventado.

Por eso en aquellos años cuando queríamos disfrutar de una jornada de snorkel y crema de sol no nos alejábamos mucho del norte, visitando parajes poco accesibles para los turistas y cuya localización solo se transmitía gracias al boca a boca (GPS yo te maldigo). Uno de esos rincones semi secretos era Es Canaret, una pequeña bahía de aguas cristalinas con una calita de arena y piedra y unos embarcaderos. Esta postal o fondo de pantalla onírico está presidido por una enorme mansión de esas de peli de James Bond, perfectamente integrada en el paisaje y que define lo que es ser rico y tener clase. Fui muy afortunado de conocer Es Canaret antes del incendio, si ahora es un rincón idílico antes del fuego era uno de esos sitios cuya belleza estremece. Aunque la cala en sí no sufrió prácticamente daños, las colinas de alrededor fueron devastadas, aquella fotografía de un manto infinito de pinos pitiussos centenarios perdiéndose en el horizonte, por desgracia, tardará muchos años en volverse a tomar. De todas formas Susi y yo no faltamos ningún verano a nuestra cita con Es Canaret, año a año comprobábamos que la soledad que buscábamos no iba a ser posible, pero el número de acompañantes era tolerable y su actitud era super respetuosa con el entorno.

Hace unos días abandonamos momentáneamente nuestro auto exilio leonés para inyectarnos en vena la dosis de Ibiza que necesitamos para soportar nuestra adicción lejos de la isla. Una dosis cuyos ingredientes son salitre, colores mediterráneos, poseidonia, arañazos de acantilado, pino pitiusso, algarrobo, cemento de embarcadero, canto de chicharra y almuerzo en Ses Arcades. Así que el primer lunes de nuestras vacaciones a las 9 de la mañana ya estábamos desayunando en Can Tixedo y preparados para el viaje al norte. Equipo de buceo completo, crema de sol, botella de 2 litros de agua, embutido de León, baguette del Hiper Centro, paquete de patatas fritas, 2 mini reposa cabezas hinchables de ANTS y 2 pareos made in mercadillo de Sant Jordi. ¿Quién necesita más?

Cuando llegamos al desvío de tierra que lleva a Es Canaret nos alegró comprobar cómo el paisaje se iba recuperando, los jóvenes pinos se esforzaban por crecer rápidamente y las calvas calcinadas de las colinas prácticamente habían desaparecido. Aparcamos cerca de la entrada de la mansión, sacamos las cosas del coche y cuando nos disponíamos a emprender el descenso a la cala nos encontramos con las puertas de la mansión cerradas. Esas puertas normalmente permanecían abiertas, era una de esas situaciones surrealistas de Ibiza, ya que la gente atravesaba sin problemas el espectacular e impecable jardín de lo que se suponía que debía ser un lugar exclusivo e impenetrable. Recuerdo infinidades de veces charlar como si nada con los jardineros marroquíes sobre sus trucos para conservar en perfectas condiciones aquel vergel.

No pasa nada, iremos por el camino largo, mejor así, cualquier obstáculo ahuyenta al turista. Esto es lo que pensaba mientras avanzaba con toda la solana por el camino de tierra, ningún turista en su sano juicio se metería con su coche de alquiler con fianza de 500€ por este pedregal. Llegamos al comienzo de las escaleras que descienden hacia los embarcaderos y nos topamos con el cartel que sirve de portada para este artículo. Me entró una mala ostia por todo el cuerpo al leer esos dos apartados del cartel que me dieron ganas de arrancarlo. ¿Prohibido nudismo y perros? ¿En el norte de Ibiza? ¿En unos embarcaderos? ¿En serio? El resto de la historia que os voy a contar es un vodevil, una chanza, algo intrascendente aunque con un poso preocupante, pero lo del cartel de prohibido nudismo y perros es una muestra terrorífica del retroceso moral que está sufriendo la isla, de una vuelta del puritanismo y del reinado tiránico de lo políticamente correcto.

Bajé las escaleras de piedra cabreado, indignado porque me estaban arrebatando mi isla, recordando esa estrofa de Sabina que dice “Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Pero aquella amargura nostálgica desapareció por completo al toparme con los embarcaderos, exactamente como los recordaba. Mi cerebro comenzó a fabricar endorfinas alojadas en la memoria que se amplificaban con cada fotograma que capturaban mis pupilas. Sin pensármelo dos veces me quité la camiseta, me puse el bañador, las gafas y las aletas, y me lancé como si fuera la primera vez, para recibir una vez más el bautismo de aquellas aguas turquesas.

Si he de ser sincero no me percaté en un primer momento si había alguien a mí alrededor, por supuesto había gente, aunque fuera primera hora de la mañana nos encontrábamos en el ecuador de agosto. A nuestra derecha dos chicas abducidas por sus móviles y a nuestra izquierda una familia sonriente con el pack completo, papa, mama, hijo e hija. Después de tantos años en la isla llegas a desarrollar un conocimiento casi instintivo del tipo de turista que tienes enfrente. Por sus sonrisas, por la curiosidad en sus ojos y por su completa equipación de Dechatlon, podías adivinar que se trataba de la típica familia trekking española, aventureros de clase trabajadora. Este tipo de turista es muy respetuoso y muy comunicativo, por lo que no tardé en entablar conversación con el padre, explicándole las diferentes partes de la cala y la historia de aquel lugar.

Tras un par de buceos memorables junto a Susi, una buena dosis de sol, un par de ideas para cambiar el mundo que se me olvidaron diez minutos después, nada podría estropear esa jornada. No aprendo. Con la llegada de la media mañana aquella bahía sufrió una invasión violenta tanto por mar como por tierra. Por mar con un no parar de embarcaciones de todo tipo que se apelotonaban como si el único mar en el mundo fuera aquella pequeña cala. Incluso un desgraciado tuvo la feliz idea de intentar hacer sky acuático con su “sobrino adolescente”, en un espacio cerca de los embarcaderos donde la gente se dedica a bucear. Menos mal que el “sobrino adolescente” dio con sus lorzas en el agua nada más arrancar y el chaval decidió que una y no más santo Tomás.

Por tierra la invasión comenzó tibiamente, primero una pareja que no sabía muy bien donde estaba y tras una pequeña discusión decidieron sentarse en una esquina. Después una alemana con una nikon que imbuida por el espíritu de National Geographic no paraba de buscar la foto perfecta. Y por último una familia ibicenca de seis miembros, cuatro diablillos y unos padres ganadores del premio nobel a la paciencia infinita. Supe que eran ibicencos porque los niños se desenvolvían por aquel embarcadero como por el salón de su casa y porque en la cara de sus padres se adivinaba ese riptus de norteño que no está del todo a gusto con tanta gente alrededor en lo que siempre había sido un lugar discreto. En un pequeño embarcadero ya estábamos 16 personas, un paraíso en comparación con lo que estaba por llegar.

En cuestión de media hora desfilaron por aquella pasarela de cemento, una pareja de gays italianos, dos camareros andaluces de Ushuaïa y una amiga de vacaciones, una francesa solitaria con gafas y una pareja sexagenaria cuya nacionalidad fui incapaz de detectar. Literalmente ya no había espacio, así que la gente se ponía en las rocas que sirven de base al muro de contención de la villa. Las dos siguientes chicas que llegaron también encontraron su espacio y se hicieron notar. Primero porque eran de esas personas que cuando hablan por teléfono creen que deben hacerlo chillando porque el receptor al otro lado del móvil…, pues está lejos. Y en segundo lugar porque se empeñaban en representar el sueño de Estrella Damm, que tanto daño ha hecho a la isla. Selfie aquí, selfie allá, con pamela ,sin pamela, con pareo, sin pareo, incluso hincharon un donuts flotador de diseño y sosteniendo una Coronita siguieron posando en el agua, mancillando aquel lugar sagrado. Y yo me preguntaba, ¿dónde está una buena medusa cuando se la necesita?

La gota que colmó el vaso no tardó en hacer acto de presencia, una gota representada en una especie de performance eslava ridícula, protagonizada por una troup de tres rusas y un “guía” de oriente medio de esos con pecho Hulk y patitas de pollo, vestido con pantalones cortos rollo matinée, camiseta volátil de tirantes, y gorra de camionero americano. De las tres rusas una se hizo rápidamente con el protagonismo, para que tengáis una imagen de ella cread en vuestra mente un hibrido entre Pamela Anderson e Irina Shayk en el que la silicona ha invadido su cerebro. Durante los 15 minutos que tuvimos el “placer” de compartir aquellos embarcaderos, pudimos comprobar cómo se colocó las tetas 350 veces, era imposible no verlo, ya que hacía todo lo posible por llamar la atención, como si un fotógrafo la estuviera retratando constantemente. Grititos, morritos, poses absurdas, sonrisas exageradas y sobre todo esa lucha titánica entre bañador XS y tetas XXL.

Susi y yo nos miramos con esa sonrisa que surge al presenciar algo ridículo, no necesitamos decirnos nada, nos pusimos a recoger las cosas para abandonar Es Canaret antes de que la situación se volviera aún más surrealista y termináramos convertidos en personajes de atrezo de una película de Berlanga. Subiendo hacia el parking nos cruzamos con siete personas más. Una pareja de pijos madrileños que discutían porque a ella, seguramente acostumbrada a camas balinesas o en su defecto hamaca con sombrilla, esto de la “aventura” de embarcaderos no le convencía.  Y cinco amigas que se fotografiaban sonrientes en el monumento de troncos apilados que conmemora el fatídico incendio. Nada mejor para conseguir followers en Instagram que posar más feliz que una perdiz delante del símbolo de una tragedia.

Escuchando el “Tranquility Base, Hotel and Casino” de los Artic Monkeys nos dirigimos en coche hacia otra localización semi secreta, alimentando nuestra melancolía con unas canciones que definen perfectamente la atmósfera de la isla en 2018. Ibiza se ha convertido en un parque de atracciones para burgueses aburridos, aspirantes a influencers y millonarios cuya única motivación es mostrar que lo son. Esta marabunta insaciable esparce su toxicidad en todas direcciones, contaminando rincones ibicencos donde reinaba la paz, el sosiego y la introspección. Menos mal que Susi y yo pasaríamos sin problemas las oposiciones a percebeiro en Costa da Morte, ya que como cangrejos nos adherimos a los acantilados, a los recovecos que crea la furia del mar en las rocas, donde puedes escuchar tu respiración fundiéndose con los sonidos de la naturaleza. Porque la magia de Ibiza no es conocer la isla, es conocerte a ti mismo en ella.

Jonatan Gutiérrez