TIME LOST:

REQUIEM (TEMPORAL) POR LA PISTA DE BAILE

¿Cuál es tu primer recuerdo de una pista de baile? El mío se remonta a los años 80, en mi León natal, la primera vez que entré en La Tropicana algo mareado por el calimotxo que regaba la adolescencia de una pandilla de chavales que pretendían comerse el mundo. Aquella pista de baile era circular, un ruedo iluminado por infinidad de colores y el lugar dónde dar rienda suelta a una tormenta perfecta de hormonas. Porque aquel espacio valía para desencajar caderas y para buscar a la chica de tus sueños, rezando para que cuando llegaran los lentos, las miradas se cruzarán por un segundo. Pero cuando realmente me di cuenta de la magnitud y del poder de una pista de baile fue cuando llegué a Ibiza. Sus proporciones, su capacidad de concentración, su movimiento, su decoración, su sonido, su estructura, nada en mi pequeña ciudad era comparable a aquel despliegue descomunal. Me encantaba alejarme del epicentro de las discotecas ibicencas y observar a la masa desde un punto elevado, capturando momentos mágicos de sincronización colectiva. Y si tus neuronas estaban ligeramente dopadas, lograbas visualizar un halo de energía condensado desprenderse de aquella colmena compacta. En este verano de 2020 las pistas de baile de Ibiza continúan hibernando, tristes y melancólicas permanecen en silencio, con las orejas gachas y con la inquietud de no saber qué será de ellas. Sueñan con los soñadores que pisaban su suelo y con las largas noches de música y vibraciones que retumbaban en sus paredes. En Ibiza, arrastrado por la brisa del Mediterráneo ha llegado un réquiem por las pistas de baile…, esperemos que simplemente sea temporal.

Las pistas de baile son casi tan antiguas que el ser humano, incluso algunos estudiosos en la materia afirman que antes de transformarnos en el homo sapiens que somos hoy en día, la música y el baile ya formaban parte de aquellas sociedades. El baile es una expresión física basada en la felicidad, que busca darle a nuestro cerebro una pausa en su racionalidad, permitiendo expresar sentimientos a través del movimiento de todas las partes del cuerpo. Cuando vamos a bailar asumimos que vamos a pasarlo bien, es ocio, es la amnesia de lo cotidiano y el lugar perfecto para celebrar cualquier victoria, ya sea personal o laboral. Me imagino las primeras pistas de baile entorno a un mamut abatido o en los templos de los primeros dioses, en los asentamientos de los primeros recolectores tras la cosecha o en las cuevas de Ses Fontanelles al conseguir la brasa que prendía la yesca. Las pistas de baile han evolucionado en paralelo al ser humano, pero su función sigue siendo la misma, inundar con dopamina nuestro torrente sanguíneo para que nuestro cerebro reciba la dosis de felicidad necesaria para seguir adelante.

Hoy en día las pistas de baile están mal vistas, mala fama. La pandemia ha conseguido criminalizarlas y señalarlas como inductoras de la irresponsabilidad del ser humano, como entes perturbadores y seductores que nos arrastran a la insolidaridad y el egoísmo. Pobres, ellas que siempre han soportado nuestros malos modales y nuestras debilidades, que se han limitado a guarecernos del dolor exterior y que nunca han pedido nada a cambio. La pista de baile es un espacio donde da igual que seas del Barsa o del Madrid, que seas de VOX o de Esquerra, que seas moro o cristiano, que seas blanco o negro, que seas gay o hetero, que te guste la tortilla de patata con cebolla o sin ella, da igual…, es lo mismo. En la pista de baile todos somos parte de un mismo sentimiento. Además gracias a ellas podemos ahorrarnos una pasta en psicólogos, ya que en ellas nos despojamos de las caretas y de los disfraces que lucimos a diario para paliar los efectos de nuestras debilidades. ¿De qué sirve fingir en una pista de baile?

Aunque algunos agoreros pronostiquen su fin y los tristes de espíritu se froten las manos ante esta posibilidad, las pistas de baile no desaparecerán de nuestras vidas. Su función va más allá del ocio y del esparcimiento, es un espacio que facilita el contacto humano y en estos días de adicción virtual. El ser humano necesita rozarse, tocarse, retroalimentarse de la energía producida por la acumulación de personas estimuladas por esa droga inocua y maravillosa llamada música. Asegurar cuando se desprecintarán las pistas de baile sería jugar a las adivinanzas, y de futurólogos virólogos amateurs creo que vamos servidos. Lo único que sé que la próxima vez que vuelva a la pista de baile, me recorrerá el mismo hormigueo que sentí al cruzar las puertas de La Tropicana.

Jonatan Gutiérrez Fernández