TIME LOST:

UN PAÍS DE LOROS

Desde que la memoria me alcanza, siempre que he conversado profundamente con un DJ nacional, tarde o temprano llega el lamento sobre la situación de la música electrónica en nuestro país. La falta de ayuda, la ausencia de presencia en el debate musical nacional, el desprecio de los medios de comunicación generalistas y la barata identificación de su profesión con frikis televisivos que utilizan la música electrónica como escaparate y amplificador de su mediocridad. Tienen toda la razón. ¿Pero esta situación es exclusiva de la música electrónica o se trata de un problema más profundo? Es innegable que los prejuicios sobre el clubbing son más evidentes, pero el resto de estilos y tendencias no se libran de la galopante desafección musical que sufre nuestro país.

¿Cuáles son los motivos que nos han llevado a esta situación? En primer lugar, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que España históricamente no ha sido un país puntero en la creación musical. Somos una máquina impresionante de referentes históricos de la pintura y de la escritura, pero si hablamos de músicos y compositores, solo encontramos pequeñas excepciones.

En segundo lugar la música dejó de ser un negociazo con la aparición de internet. Antes de las descargas el capital invertía grandes cantidades de dinero en la música porque los beneficios que conseguían con la venta de los discos superaban con creces a la inversión. En estos momentos invertir en música es un acto de valentía o una estupidez romántica que en pocos casos acaba bien.

En tercer lugar el arrinconamiento de la asignatura de música en los planes educativos. El conocimiento de la música, durante muchos y muchos siglos fue un complemento elitista de la educación. El lenguaje musical, la docencia musical e incluso el acceso a la gran mayoría de los instrumentos, era algo exclusivo de las clases más altas. Con la universalización de la educación, la asignatura de música apareció en escena y con ella un montón de futuros músicos y aún más numerosos amantes de la música. Porque aunque seguramente yo no presté mucha atención a las enseñanzas musicales y era realmente torpe con la flauta en mis años de EGB, algo quedó en mi subconsciente. Aunque tan solo fuera el hecho de darle importancia por el formar parte de mi educación académica.

En cuarto lugar la denigración y la infravaloración que sufre el creador musical por parte de los medios de comunicación generalistas. ¿Hay música en la parrilla televisiva española? Claro que la hay, pero en su 90% se tratan de “covers” de artistas consagrados. Llevamos años creando un país de loros, una competición de papagayos de colorines que luchan por ver quién afina mejor mientras hacen malabares con un micrófono. El creador no existe, el compositor no existe, el letrista no existe, solo importa la voz y la interpretación gestual de lo que otro ha hecho con anterioridad. Lo más acojonante de todo es que esos artistas a los que dicen homenajear jamás hubieran sido seleccionados para participar en esos programas, ya que el talento no sirve de nada si no sabes utilizar correctamente el diafragma. Ni Joaquin Sabina, ni Robe, ni Alaska, ni Los Planetas, ni Alejandro Sanz, ni siquiera El Fari habría pasado el casting de Operación Triunfo.

Nadie ha hecho más daño a la música española que Operación Triunfo. Aquellos que defienden este demoniaco programa lo hacen utilizando la manida frase “es un brillante formato televisivo”. Pero obvian la necrosis que provoca en la industria y en la cultura musical española, estrangulada y colapsada por una serie de chavales que se quedaron en la operación y nunca llegaron al triunfo. Lo más sangrante de este asunto es que el programa se emite por una televisión pública, cuyo fin es apoyar sin fisuras a la cultura del país que les paga. Los políticos de izquierdas y de derechas que han controlado TVE, al menos se han puesto de acuerdo en exprimir la gallina de los huevos de oro, sin importarle las consecuencias.

Somos un país de loros, un país de karaoke, hemos elevado a los altares la copia minusvalorando el original y hemos condenado a nuestros hijos a un futuro musical sin creatividad. Pero aún así, en alguna habitación de un pequeño barrio de una pequeña ciudad, una voz mediocre estará creando música celestial. Ayudémosle entre todos.

Jonatan Gutiérrez Fernández