TIME LOST:

EL ABURGUESAMIENTO DE LA MÚSICA ELECTRÓNICA.

En una entrevista del irreverente escritor y amante de Trentemøller llamado Juan Soto Ivars, afirmaba que la escena musical que más le atrae en este momento es la del Trap. No porque le gustase su música, lo que le llamaba su atención era ese espíritu de romper con lo establecido, esa libertad inconsciente de hacer y decir lo que les sale de los cojones sin importarles una mierda las consecuencias. Esa frescura, esa valentía temeraria, es lo que hace que las nuevas generaciones conecten con este estilo, mientras que el resto de escenas gruñen y despotrican desde una tóxica superioridad moral que ellos mismo se han otorgado.

La electrónica, como el resto de estilos, nació con espíritu de lucha, confrontando la vieja realidad y los viejos clichés con una nueva forma de entender el mundo. La electrónica en sus comienzos fue despreciada, arrinconada y minusvalorada por la élite intelectual musical, que no entendía que el mensaje que salía de una mesa de mezclas se basaba en lo más primario del ser humano. Con el paso del tiempo ese mensaje caló en los jóvenes y la electrónica se convirtió en uno de los estilos musicales más rentables y con mayor éxito. Cuando en la vida llegas a lo más alto, lo más natural es que tarde o temprano empieces a caer. En el momento en el que la popularidad del clubbing comenzó a descender, había dos caminos a elegir. El primero era revolucionarlo todo, vomitar sobre lo creado y evolucionar hacia algo nuevo comandado por los cachorros más salvajes. El segundo consistía en tratar de frenar la curva descendente hasta encontrar un páramo totalmente plano en el que mantener el status quo y la escena en una especie de burbuja dirigida por aquellos que la levantaron. Por desgracia el clubbing eligió la segunda.

La escena electrónica está dominada por padres de familia, por adultos cuyas prioridades en la vida cambiaron, por personas con hipotecas que beben zumos detox. El clubbing se ha convertido en un bosque espeso de pinos milenarios que le quitan el oxigeno a los jóvenes, incapaces de alzarse y crecer hasta tocar el sol. La transgresión ya no existe, todo es políticamente correcto y en cierta manera puritano. Nada más tenéis que hacer un repaso a las entrevistas a los DJs, declaraciones blancas, sin chicha ni limoná, más parecidas a las ruedas de prensa de cualquier futbolista. No hay puntos de vista diferentes, no hay sangre en sus palabras, una escena que podría definirse perfectamente con el título del clásico de Pink Floyd “Comfortably Numb”. Menos mal que siempre nos quedará Dave Clarke.

Un ejemplo del aburguesamiento de la música electrónica es lo sucedido con la pandemia. Pese a ser el sector más golpeado, el más perseguido, el más vilipendiado, en el que más profesionales de diferentes ámbitos se han visto afectados, ni dios ha alzado la voz ni ha luchado para revertir la situación. Cada DJ, promotor, club o festival han priorizado conservar su parcela a protestar vehemente contra esta situación. Sobre todo no han estado a la altura los que tienen que tirar del carro, los grandes, los más venerados. Silencio administrativo o un par de posts en redes sociales lamentándose por la situación. Incluso los más underground, los que suponen que llevan en sus venas los glóbulos rojos electrónicos más puros, han preferido mantenerse al margen y salvar su culo. Y no les culpo, es normal, son tíos más cerca de los cincuenta que de los cuarenta que no están para perder el tiempo en revoluciones.

¿Cómo se puede acabar con este aburguesamiento? ¿Cómo podemos deshacernos de esa caspa que se está asentando en los hombros de la escena? Necesitamos juventud, necesitamos chavales descarados que rompan el sistema actual, adolescentes que cuestionen lo que se ha hecho hasta ahora, que se caguen en la puta madre de todos nosotros viejos boomers. En definitiva, la música electrónica necesita DJs con sangre nueva, no DJs que viajen a Suiza a rejuvenecer la suya.

Jonatan Gutierrez.