TIME LOST:

INIESTA Y LA PLAZA DEL PARQUE

¿Dónde estabas el día que España fue campeona del mundo?

Ésta es una de esas preguntas que la mayoría de nosotros respondería sin tener que indagar en la memoria y sin dudar ni un segundo. Porque te guste el fútbol o no, aquel 11 de julio de 2010, los españoles experimentamos una alegría desbordante y un sentimiento de unidad pocas veces visto y que duró lo mismo que el chisporroteo de burbujas en una copa de cava. Curioso animal es el ser humano que es capaz de poner un paréntesis a su frustración y a sus conflictos pegado a un televisor viendo a veintidós millonarios en pantalón corto pateando a un balón. Aunque a muchos les chirría, hay que reconocer que pese a todo hemos evolucionado, ya que no hace mucho esta sensación de euforia colectiva aparecía en ejecuciones públicas o cuando los leones se comían a los cristianos en el foro romano. La racionalidad es un faro que debe guiar nuestro camino, pero no debemos de olvidar lo que somos y que nuestro cerebro reptil da rienda suelta al yo más primitivo, que se estimula con lo más básico.., y pocas cosas son más básicas que el mundo de futbol.

Por una vez en mucho tiempo, en la isla de música había otra prioridad que ir de fiesta. A los amigos, a las familias y a los turistas les interesaba más dónde ver la final del campeonato del mundo que a qué club irían después. La mayoría de las discotecas supieron adaptarse a la situación e incluso fueron previsoras.., otras no. Amnesia por ejemplo programó para aquella noche uno de los conciertos del verano.., David Bisbal llegaba a la pirámide de la mano de Brian Cross. Os podéis imaginar el batacazo de aquella noche. Ya es un riesgo traer a una estrella pop nacional a un club como Amnesia, pero lo es más si no tienes la previsión de mirar en el calendario qué va a suceder en el mundo el día en el te la juegas con un evento de estas características. Desde hacía meses se sabía que el 11 de julio tendría lugar la final de la copa del mundo de fútbol, una fecha marcada en el calendario y contra la que no puedes competir. Si le sumas que España era más que favorita para llegar a la final, no se entiende bajo ningún concepto que hagas una inversión de ese tipo. Por cierto, dos años más tarde, en la final de la Eurocopa de 2012, en Amnesia actuó Nelly Furtado…¿es el ser humano el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra? 

Aquel 11 de julio de 2010 nació con el canto de las chicharras, lo que pronosticaba un día caluroso de pelotas, de esos en los que acababas viendo la vida pasar frente a un ventilador. Como cualquier domingo del mes de julio, Susi y yo nos dirigimos a uno de nuestros refugios del norte, a uno de esos puntos recónditos donde solo son bien recibidos los locales y los turistas más atrevidos. Aunque aquellas inmersiones en aguas salvajes solían ser la mejor medicina para la desconexión, mi cabeza estaba centrada en la final, dibujando mentalmente los diferentes escenarios que pudieran acontecer y repasando las cábalas de obligado cumplimiento durante el partido. Una de ellas era ver el partido en soledad en la casita de Sant Joan, aislado del mundo y enfocado en vivir el partido sin interrupciones del mundo exterior. Otra de esas cábalas era la de no ver tandas de penaltis. En la Eurocopa de 2008 dio buen resultado, ya que cuando la prorroga contra Italia finalizó con empate, me adentré en lo profundo del bosque con la esperanza de que el sonido de los petardos me anunciaran la victoria de la selección. Pero como suele ser habitual, los planes cambiaron, y el factor que desestabilizó la estructura perfectamente diseñada fue la persona que más estabilidad ha dado a mi vida. Susi quería ver el partido. Y no solo eso, argumentaba que un partido de estos hay que verlos en comunidad, que hay que aprovecharse de la situación y sumar a tu felicidad la felicidad de los demás. Irrebatible. Ahora el tema era dónde ver el partido y una vez más ella lo tenía claro: La Plaza del Parque.      

Ibiza bullía, teñida de camisetas rojas, de rostros pintados con los colores nacionales y de balcones repletos de banderas españolas. Vamos, el sueño más húmedo de “Santi”. Como antes de una batalla de Juego de Tronos el pueblo se vestía con los blasones de sus soldados, y les animaban con canciones motivacionales que a medida que el consumo de alcohol se incrementaba, eran cada vez más inteligibles. Llegamos a la Plaza del Parque unas dos horas antes, nuestro amigo leonés Rubén nos tenía una mesa reservada en la terraza del bar en el que trabajaba y había que calentar motores antes de nuestra generacional Batalla de Lepanto. Cerveza y cerveza, charla con vecinos de terraza, sonrisas de humo espeso, un vaso de hierbas y el corazón trabajando a todo trapo. Así pasaron las dos horas antes de que el árbitro pitara el comienzo del partido. Un partido que se parecía más a una película dramática, una de esas de superación ante la adversidad en las que al protagonista no paran de surgirle inconvenientes. Así fue la final, un desafío cardiaco, desde la violencia de los holandeses que despertaba nuestro instinto asesino, hasta la parada de Casillas que logró durante unos segundos que un país entero se desmoronara. Cuando llegó la prorroga estaba que me subía por las paredes. Ni cinco gramos de speed directamente en mis venas habrían conseguido aquella reacción química y de ansiedad máxima. La botella de hierbas en mínimos, varios seleccionadores de sofá comentándome su estrategia, un nuevo paquete de Lucky Strike y la sonrisa de Susi asegurándome con dulzura que aquella final no se escapaba.

Cuando el partido agonizaba y Jesús Navas recogió aquella pelota desviada pegado a la banda, yo estaba pensando en los penaltis. La jugada continuaba trastabillada, nadie hubiera apostado por que aquella aventura desesperada progresara. Pero cuando la pelota le llegó a Fabregas tras el desastroso pase de Torres y posterior despeje de la defensa holandesa, un resorte saltó haciendo que me levantara y creara una especie de burbuja aislante a mi alrededor. A cámara lenta, todo lo recuerdo a cámara lenta, y una vez que Iniesta controló el balón sabía que éramos campeones del mundo. Un rugido estruendoso cubrió Ibiza, miles y miles de gargantas expulsaron su rabia con un grito de alivio y felicidad. En mi vida he gritado tanto. Beso de amor a Susi, abrazos incontrolados con todo dios, gritos, puños cerrados, adrenalina desatada y una botella de cava que descorchar y con la que regar a todos los que nos encontrábamos en aquella pequeña terraza de la Plaza del Parque. Dejamos la Plaza del Parque con principios de taquicardia, queríamos recorrer las calles de Ibiza y fundirnos con la marabunta roja que las abarrotaba. Queríamos fotografiar en nuestra memoria aquellos rostros dichosos, plenos de felicidad. Queríamos encontrarnos con nuestros amigos y abrazarles, compartir aquel sentimiento de victoria. Y vaya si lo hicimos.

Dicen que la felicidad es imposible, que solo existen pequeños momentos que duran un pestañeo y que una vez que se presentan ante ti no debes permitir que se difuminen. Debes atraparlos y conservarlos en cloroformo, para acudir a ellos cada vez que la vida te llena de dudas y de obstáculos. Cuando la vida me cornea y me entra la bajona, busco en YouTube las reacciones de la gente al gol de Iniesta, para teletransportarme a la Plaza del Parque y sentir por todo mi cuerpo ese cosquilleo de emoción que me recuerde, que al menos por una vez todos fuimos campeones.

Jonatan Gutierrez