TIME LOST:

LA BELLEZA DE LO SÓRDIDO O EL FIN DEL WEST END

La semana pasada nos llegó la noticia de las nuevas medidas del  Govern Balear en su lucha por erradicar de las islas el llamado turismo de borrachera. Una batería de medidas que más que intentar ayudar a los jóvenes para que bajen el pistón a la hora del consumo de alcohol, trata de asfixiar a la estructura empresarial que se beneficia de este tipo de conducta. Más allá de analizar las medidas, me gustaría hacer una reflexión más profunda, en busca de la hipocresía del ser humano, que niega su naturaleza y pone etiquetas según le convenga. Porque seamos sinceros, el Govern Balear no combate el turismo de borrachera, combate el turismo pobre de borrachera. Si los que se emborrachan y se drogan tienen comportamientos intolerables y destrozan habitaciones, son hijos de millonarios o sobrinos de jeques, se es más comprensivo. Porque si a los chavales con menos posibilidades económicas se les va la pinza bebiendo alcohol barato, los “hijos de” repiten el mismo comportamiento primate con botellas de champan de 2.500 €. Lo que molesta al Govern no es la borrachera en sí, lo que les molesta es la exposición pública de la misma. Mientras que los ricos pueden llevar a cabo sus transgresiones entre cuatro paredes de oro o en barcos que parecen castillos, a los pobres solo les queda la calle.

Los políticos son capaces de camuflar la realidad, de retorcerla para hacernos creer que sus verdaderas intenciones residen en ayudarnos a ser mejores, gracias a la elaboración de leyes que limiten nuestros defectos. En realidad no quieren acabar con el problema del alcohol en los turistas más jóvenes, quieren alejarlo, enviar el marrón a otra parte y utilizar el espacio que dejan para llenarlo de madurez, diseño y aburrimiento. Porque en el fondo saben que no van a erradicar el problema, que vivimos en una cultura del alcohol y que esos chavales llevan relacionando el alcohol con la felicidad desde que eran bebes, ya sea por el ejemplo en la mayoría de las ocasiones involuntario del entorno familiar, o por la narrativa de la literatura, del arte, del cine y la televisión en la que se muestra al alcohol como un compañero imprescindible en la transición de la adolescencia. A lo mejor el problema es luchar contra ello, empecinarse en combatirlo, a lo mejor lo natural es que al dejar atrás la visión infantil del mundo y ver lo que te espera, tomarse un chupito de tequila para pasar el trago sea la mejor opción.

Estas medidas aprobadas por el Govern Balear son una estocada de muerte para el viejo West End. Ni me gustan, ni comparto, ni apruebo, es más, me repugna, desprecio y me alejo de muchas de las conductas que suceden en el West End. Nadie con dos dedos frentes puede justificar las agresiones ni la estupidez del descontrol más absoluto. Pero para una vieja del visillo de la condición humana como yo, el West End era un territorio apasionante. Porque aquel carnaval sórdido y peligroso, que transcurría entre una atmósfera espesa y un olor profundo, escondía miles de historias complejas con infinitas ramificaciones, nuevos sueños y sueños rotos conversando bajo una luz de neón. Atravesar el West End a ciertas horas, producía más adrenalina que caminar en estos momentos por Tehran con una bandera americana. Esa sensación de “peligro” se está perdiendo en Ibiza, y seguramente sea bueno para la isla, pero es muchísimo más aburrido.

Por último quiero recordarle al Govern Balear y otras instituciones de Ibiza, que la opulencia, la riqueza y el bienestar que vive hoy en día Ibiza es gracias en parte al West End. Aquellos ciegos que siga negando que la proyección internacional y la fama mundial en la actualidad de Ibiza se deben a la música electrónica y la cultura Clubbing, continuará negando su ceguera. Sin el West End no hubiera llegado la música electrónica a Ibiza, no hubiera existido Space, no hubiera existido el DC 10, o no hubiera existido Ushuaïa Ibiza. Es más, sin el West End Carl Cox no hubiera existido. Por todas estas razones, en el momento de su cercana desaparición, creo que es de justicia remarcar la importancia del West End en la historia de la Ibiza, y no dejar que su memoria se desvanezca avergonzada por el constante argumentario político que pone el foco en lo malo y se olvida de lo positivo. Porque en ocasiones lo sórdido esconde la belleza más pura.

Jonatan Gutiérrez Fernández