TIME LOST:

YO SOLO QUIERO HACERTE BAILAR, BAILAR, BAILAR COMO UNA PUTA LOCA.

En ocasiones la vida te manda mensajes personalizados,  cifrados, escondidos en hechos cotidianos y en momentos random. La música suele ser buena paloma mensajera, en sus acordes, en sus sonidos y en sus letras se esconden soluciones a las encrucijadas que nos plantea la existencia. Mi última epifanía ha venido de la mano de una canción, un temazo de Robe llamado “Segundo movimiento: Mierda de filosofía”, de su último álbum titulado “Mayéutica” (obra maestra y la clara demostración de que los que aseguran que en España no hay buenos músicos son una panda de indocumentados). A nivel personal he recibido un mensaje claro: déjate de intentar cambiar el mundo y disfruta, no le des más vueltas a la cabeza y libérate del yugo del raciocinio de una puta vez.

Pero sobre todo, cada vez que escucho esta canción me hace reflexionar sobre mi trabajo y sobre la escena clubbing en general. Desde que aterricé por casualidad en este mundillo, mi aspiración ha sido hacer crecer la escena, dignificarla, llenarla de contenido más allá de la mesa de mezclas, apuntalar el concepto cultura clubbing y expandir su presencia en la sociedad. Una lucha titánica, puede que frustrante, puede que baldía, regada en ocasiones con victorias aunque fueran pírricas. A mis amigos DJs y a todo el que me ha querido escuchar, les he alentado a no conformarse, a buscar vertientes más sofisticadas, a teñir su música de conceptos y de recursos que enriquezcan su producto. Un camino necesario y por el cada uno de los estilos musicales de la época contemporánea ha tenido que transitar. La llamada madurez. Un concepto natural, algo que inevitablemente tiene que ocurrir, ley de vida. Pero la madurez tiene sus contraindicaciones, es olvidadiza y suele tener tendencia a renegar y a arrinconar las motivaciones primarias, aquellas que nos empujaron a ser lo que somos hoy en día.

El estribillo del “Segundo movimiento: Mierda de filosofía” de Robe, no puede explicar mejor lo que necesita esta escena. Un estribillo que se ha instalado en mi subconsciente y que martillea mi memoria y me recuerda el motivo por el que la cultura clubbing nació. Irónicamente ha tenido que ser un viejo roquero el que me tire del caballo, el que me haya abierto los ojos con su luz cegadora. De nada sirve una lluvia confeti, ni un diseño vanguardista, ni una ambientación futurista, ni obras de arte audiovisuales impactantes en las mega pantallas de los clubs. De nada sirve una enrevesada estrategia de marketing, ni un acojonante equipo de última generación, ni una tropa de acólitos con camisetas negras, ni una pose cool que suba los likes en Instagram. De nada sirve pinchar en lo más alto de la Torre Eiffel, ni flotando en la estación espacial rusa, ni en medio de glaciar, ni siquiera en mitad de un campo de margaritas de Bollullos de Abajo. De nada sirve pagar por ser portada de una revista, ni ser el mejor colega de los promotores en los baños de las discotecas, ni viajar en jet privado, ni tirar de productores fantasmas que viven encerrados en el sótano de la casa de sus padres. De nada sirve elaborar oscuros conceptos argumentales envuelto en humo de la Hindu Kush “97”, ni tratar de trasladar pensamientos filosóficos y existenciales a un proyecto techno, ni actuar rodeados de sofisticación en museos de arte contemporáneo basados en el onanismo, ni ser uno de los nominados a mejor banda sonora en el Festival Internacional de Cine Independiente de Ourense, ni codearte con aquellos que visten a las sirenas de pasarela.

Nada de esto sirve si nos olvidamos quiénes somos y de dónde venimos. Si nos quedamos tan solo con este caro y barroco papel de regalo que hemos utilizado para envolver a la música electrónica, estaremos perdiendo la esencia de esta cultura. Sobre todo si eres DJ o aspiras a serlo algún día, ten en cuenta que tu única función, tu único objetivo debe ser hacernos bailar, bailar, bailar como unos putos locos.

Jonatan Gutiérrez Fernández